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Haz memoria...

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Yo tengo recuerdos de mi abuelo contandome cuentos de pequeño, y de pedírselo todo el rato. También pedirle a mi madre cantar canciones. Recuerdos con libros, con textos, de pequeño, no tengo. En la comunicón me regalaron La Isla Misteriosa, y recuerdo que fue obsesión, la leí decenas de veces. A mis hermanos les encantaban los libros de Manolito pero a mi no me engancharon. Y más tarde las lecturas del cole, lo que recuerdo es una frustración horrible porque no me gustaba nada sentirme obligado a leerlo, siempre lo cogía el último día, y no lo acababa, y la prueba la hacía regular, pero me acabab gustando el libro y lo leía con calma después, pero lo recuerdo con el agobio de la obligatoriedad aunque a la vez me terminaba gustando y lo quería leer después con calma.

En mi caso, fue mi hermana mayor quien me introdujo el gusanillo por la lectura.

Preparó las estanterías de libros de mis padres como una biblioteca y nos hizo unas tarjetas para mi hermana mediana y para mí. Por cada cuento que mi hermana mediana leía, le dibujaba una pera en la tarjeta, por cada cuento que yo oía, me dibujaba una manzana. Recuerdo que me encantaba ver la tarjeta llena de manzanas dibujadas.

También guardo un gran recuerdo de un compañero de clase que me recomendó el libro de "Rebeldes" de Susan E. Hinton y me encantaría verlo para agradecérselo.

 

 

 

 

 

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Isabel BenitoBegoña Camblor PandiellaNieves BataneroRosa ZaragozaMiguel Jerez López

Pues en mi caso yo no recuerdo a ninguna persona que ejerciese como tal la función de mediación lectora, entendida esta como un acompañamiento en la lectura . Recuerdo leer en la biblioteca escolar después de comer de forma voluntaria, leer los libros que nos mandaban en la escuela de manera individual o colectiva pero nada más.

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Isabel BenitoBegoña Camblor PandiellaNieves BataneroLorena Villamil

Mi padre fue el primer mediador y diría que el más exitoso. En el salón de mi casa había una estantería repleta de una colección de clásicos muy elegantes, pero nunca vi a nadie leyendo aquellos libros. Sin embargo, mi padre se sabía toda la historia de nuestra ciudad, Zamora. Paseábamos y nos contaba de cada lugar, lo acompañaba con romances y canciones. Tengo grabados a fuego "Zamora la bien cercada", "el bolero de Algodre" y tantos cantos tradicionales que mi padre y mi madre cantaban juntos en el coche en nuestros viajes al lago de Sanabria.

Mi padre trabajó siempre en casa y lo veíamos continuamente absorbido por montones de papeles, era gestor contable, no leía literatura sino números pero leía. Mi madre leía con nosotros y le encantaba que le leyéramos en alto, eso hizo más fácil las horribles lecturas obligatorias, recuerdo perfectamente los ratos en la cocina mientras mi madre andaba en los fogones, mis dos hermanos y yo leíamos en alto por turnos.

Siempre me regalaron libros y fui lectora desde muy pequeña. Me encantaba leer aunque fueran varias veces el mismo libro o los cómics del quiosco.

La primera profe que recuerdo hablando con pasión sobre literatura y recomendando lecturas fue ya en el instituto y no fue hasta entonces que descubrí la biblioteca pública.

Siempre he llevado un libro en el bolso, incluso con mi hija e hijo siendo bebés y sin tiempo para nada, qué ilusa! , nunca pierdo la esperanza de que en algún momento voy a poder sumergirme en la lectura, aunque sea un ratito.

 

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Isabel BenitoBegoña Camblor PandiellaNieves BataneroPatricia del Castillo Griñón

Mi mediadora de textos literarios escritos fue mi madre, no recuerdo que me leyese aunque, sin duda, lo hizo, pero sí cómo me animaba a leer aunque en mi casa apenas había ningún libro. Aun así, crecí rodeada de literatura. Mis verdaderas mediadoras literarias fueron mi abuela y sus hermanas. Recuerdo tardes de domingo eternas, en las que me sentaba junto a ellas en corro y en las que, de repente, se abrían cientos de ventanas. En ellas aparecían aparecían historias de miedo, protagonizadas por antepasados temerosos o aparecidos que buscaban algo que no encontraban nunca; cuentos de la guerra que ellas habían vivido, de cuando el hambre era leche hervida con patatas y en las que solía aparecer aquel pariente fugado, recién casado y recién padre al que iban a alimentar por turnos y a escondidas al monte. Yo vivía fascinada aquel mundo que continuaba en cada esquina de mi pequeño pueblo, en el que desembocaba una ría en cuyas aguas vivía una tarasca antigua que podía sentir cuando cerraba los ojos en verano; los restos de una batalla contra los franceses y los cientos de ánimas que llegaban a una pequeña isla que fue primero lazareto y luego centro de concentración, y cuya historia descubrí años después porque las palabras de mi abuelas y de mis tías, a veces, se les volvían piedra en la boca. Sin duda, la fascinación por escuchar y por leer me viene de ese lugar y de ese tiempo.

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Fijaos, leemos como somos: atendiendo a la norma, respondiendo a los afectos o desafectos, a la contra y con desobediencia... Gloria, qué relato de juego más divertido ese con tu hermana. Paloma, afortunada de que te leyeran una ciudad, una como Zamora en particular.

 

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Nieves Batanero

En mi caso mis primeros mediadores fueron mi madre y mis hermanos (con los que me llevo muchos años)

Mi madre todas las noches me contaba cuentos. Sus historias de vida, retahílas, cuentos de tradición oral me acompañaban hasta que me dormía.

Recuerdo a mis hermanos siempre rodeados de libros, leyendo comics o novelas. Aprendí a leer muy pronto porque ansiaba y anhelaba leer lo que ellos leían. Las lecturas obligatorias que les mandaban en el colegio yo también las devoraba. Leí a muy temprana edad El Lazarillo de Tormes, Las ratas de Miguel Delibes, El principe destronado, Cuentos de la Alhambra o Las leyendas de Becquer que me fascinaban.

Pensándolo detenidamente tal vez no llegaba a entender aquellas lecturas pero las recuerdo con mucho cariño.

Un gran hito fue cuando uno de mis hermanos empezó a trabajar unas horas en una biblioteca y entonces empezaron a llegar a casa Tolkien, Agatha Christie, Julio Verne...

Me recuerdo simpre rodeada de libros y así sigo.

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Begoña Camblor PandiellaNieves Batanero
Mi amor por la literatura viene de los cuentos que mi abuela inventaba para mi hermano y para mí, durante el camino hasta su casa en la aldea.  El autobús nos dejaba al otro lado del valle y teníamos que caminar en la oscuridad del invierno, a veces bajo la lluvia, un camino que a mí me parecía larguísimo y que luego descubrí que era el que mi madre y mis tíos hacían de niños cada día para ir a la escuela.  Ella empezaba una historia y en ella iba hilando los ruidos que escuchábamos atravesando el bosque, los animales o las personas con las que nos cruzábamos, siempre con ingredientes que nos fascinaban y nos asustaban a partes iguales.
Entre mis mediadoras están mis padres, porque aunque no leían sí me compraban libros, la librera que me recomendaba, la estantería de mi prima Marta (que no hablaba apenas conmigo pero me dejaba tomar prestados sus libros) y sobre todo mi vecina.  Amparo venía a esperar a su hijo cada tarde a la parada del autobús, con un libro en la mano.  Un día le pregunté qué leía y ella me contó la historia a la que cada día añadía algún detalle más.  Y así iniciamos una amistad en torno a sus lecturas y las mías, que dio lugar a largas meriendas donde sentí por primera vez que una persona adulta me tomaba en serio como lectora.  Y trato de no olvidar nunca lo importante que fue para mí sentir esa horizontalidad.
Por último quiero hablar del descubrimiento de la perplejidad lectora, esa sensación de no acabar de aprehender un texto, de no entender del todo lo que quiere decir.  Fue leyendo La hija del espantapájaros, de María Gripe.  Cayó en mis manos cuando tenía 8 años y no sé cuántas veces lo releí intentando entender qué era aquello de la ouija, cómo sería estar sola en el mundo, ansiar conocer a tu padre al que no recuerdas, tener un espantapájaros que hace de amigo y de buzón.  En estos momentos en los que hay una obsesión por la "comprensión lectora", me pregunto si no nos estamos olvidando de la necesidad de no entender del todo que para mi ser lector sigue siendo motor para seguir leyendo.
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Isabel BenitoBegoña Camblor PandiellaNieves Batanero

Buenos días.

Coincido con muchas de vosotras que quien sembró la semillita de los cuentos e historias en mi fue mi madre. Ella me contaba cuentos de manera oral que después alimento con cuentos que me regalaba cuando empecé a leer.

Luego en el colegio tuve maestros que me motivaban y otros que hacían todo lo contrario.

 

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Isabel BenitoNieves Batanero

Soy lectora porque crecí en una casa llena de libros. Mi padre, que tiene ahora más de ochenta años, es un lector increíble y ha sido para mí siempre un modelo y un referente. Él ha puesto en mis manos casi todos los libros importantes de mi vida y siempre ha dicho sí a comprar libros, sin el menor reparo. Todavía hoy, que soy madre y hace ya veinte años que me fui de casa, cuando voy a pedirle un libro, me dice: "Vale, pero te llevas también este otro (o estos dos)". Y yo le digo que no tengo tiempo, que no me interesa... y él que ese es el trato. Y hasta que no los leo no admite que se los devuelva. Y si le digo que no lo aguanto, me dice: "En otro momento, no tengo prisa." Yo soy partidaria de dejar los libros que uno no aguanta, pero no para siempre, sino para otra ocasión mejor porque así he descubierto autores y libros que me han proporcionado todo tipo de experiencias positivas, aunque también difíciles (en ellos he experimentado la parte de esfuerzo y de incomodidad de la lectura) y que de otra forma no habría conocido jamás.

Leyendo lo que dice Lara sobre "no entender del todo", he recordado un texto de uno de mis autores preferidos (al que descubrí por mi padre), David Grossman, que en su libro Escribir en la oscuridad, dice: "... pertenezco a una generación que estaba habituada a leer textos sin comprender todas las palabras (...) Por supuesto, aquella incomprensión era un obstáculo para leer con fluidez, pero retrospectivamente me parece que, en aquel entonces, parte de mi experiencia lectora provenía precisamente de la incomprensión; del misterio y del exotismo de palabras que tenían extrañas sonoridades, del placer de comprender algo". Este ensayo me llamó muchísimo la atención y en él también me reconocí a mí misma, en mi infancia sobre todo, pero también ahora, como una lectora que a la vez era exploradora del lenguaje porque, esto es clarísimo, mi pasión vital y profesional es la lengua. Probablemente el placer lector que experimenté desde muy pronto venía de esa curiosidad y fascinación por mi lengua y, a la vez, lo alimentaba.

 

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Isabel BenitoBegoña Camblor PandiellaNieves BataneroBeatriz Sanjuán
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